lunes

Mirar lacerado

Esta mañana estaba inspirado, evadido, extasiado... exacto, menos en clase, en cualquier sitio...
Alba que se tiñe con los colores de lo incierto,
es amarga treta de fortuna,
que quebró el temple de mi alma.
***
Miedo es quien baña su siembra,
con pura banalidad,
pues ya nada le importa.  
***
Herido, buscó a tientas aferrarse a su olvido,
mas no encuentra sino lengua ponzoñosa
para escuchar aviesa su pedido.

sábado

La posada del corderito feliz

Esta es una historia de la ciudad de los ladrones, Cadwallon. Allí, maleantes de todas las calañas y parias conviven estrechamente con ciudadanos honrados, o que pretenden serlo. Renegados, proscritos o, simplemente comerciantes, llevan sus vidas intentando subsistir con lo que puedan lograr en una jornada de negocios en el mayor puerto comercial de todo Aarklash. Esta es una historia de uno de los peores sindicatos del crimen de Cadwallon, el gremio de asesinos. Siete de ellos hacen guardia en su cuartel y base de operaciones mientras manejan todos sus negocios. Este lugar se llama La posada del corderito feliz.

     Los milicianos se encontraban inquietos, odiaban entrar a La posada del corderito feliz, sabían que encontrarían un rival difícil, y adentrarse en territorio enemigo no allanaba el camino de su empresa. Se enfrentaban a un oponente feroz, y tendrían que estar preparados para lo que pudiera pasar. El sargento escrutó con la mirada a sus hombres, capaces y disciplinados. Cuando se sintió suficientemente satisfecho, asíntió levemente con la cabeza a su segundo al mando, y se dispusieron a traspasar el umbral. La madera se quejó sobre sus goznes cuando un pie la atravesó; el desafortunado miliciano forcejeó momentáneamente con el portón, hasta que consiguió liberarse del yugo, después de eso, no se atrevió a acometer nuevamente, por temor a otras trampas que pudieran estar dispuestas.

-Buenas noches -contestó con fingida curiosidad el mesonero, a un tiempo que repasaba uno a uno a los hombres de armas-, no se preocupen por la puerta, estaba vieja. Aunque espero que eso no se quede así mucho tiempo, el invierno no es muy agradable en este distrito.

-Ahórrate las monsergas, viejo zorro -le espetó el sargento-, no estamos de paseo, y sospecho, sabes bien a qué venimos. Observó la estancia, siete individuos (asesinos, supuso) se apostaban en dos mesas, cuatro jugando a las cartas, al fondo; y tres bebiendo (o eso parecía), mientras disimulaban no atender a las cuitas del tabernero.

-Como no sea a disfrutar de nuestra zarzaparrilla...

-No me vaciles, Tom, ha habido un asesinato, en el barrio de los orfebres. Un maestro más tieso que la mojama, su mujer y sus hijos malheridos, y su taller desvalijado.

-¡Vaya!, creí que no hubo heridos de gravedad, ¿y cómo ha sido todo?

-¡Lo sabes de sobra, alfeñique! No me cambies de tema, que venimos buscando a un sospechoso. Dime, ¿dónde se encuentra Zarc Bies?

-¿El Drune?

-El asesino Drune.

-Se fue esta mañana temprano a pescar, a eso de las cinco. -Tenía entendido que por estas fechas las percas no abundan por esta parte del río.

-No ha ido buscando percas, señor, practica la pesca de la trucha.

-Truchas..., pero ese pez no habita el río -rumió el sargento-.

-Ajá, conocéis de la fauna fluvial.

-Mi padre era pescador, conozco cada milla del río, y todos los animales que en él habitan. Si me dijeras que ha ido a por escallos o barbos, aún; o incluso cangrejos de río, que bien cebados alcanzan buenos precios en el mercado de la plaza de los cocineros, pero truchas...

-¿Qué problema hay con las truchas? -¡Están llenas de espinas! por no hablar de que no hay truchas en este río.

-Ahí no tengo nada que replicar, por eso me niego a hacer trucha para el menú, se me echaría la clientela encima -señaló a los parroquianos, quienes se vieron sorprendidos ante las miradas de los doce guardias, puesto que habían dejado de finjir, y atendían abiertamente a la discusión del posadero y el sargento-. Los pescadores inflan el precio alegando que hay que traerlas de fuera. Sinvergüenzas, todos son un hatajo de sinvergüenzas.

-No es fácil conseguir el género necesario para abastecer un puesto modesto en la lonja, los mayoristas se quedan todas las existencias...

-¿Y por eso debo de pagar yo lo que otros no se llevan por más dinero?

-Hombre, no quería decir que...

-Esta es una posada modesta, por dios, no pretendo hacerle sombra al barrio de los comerciantes de seda, pero...

-Espera un momento, ¿de qué estabamos hablando? -De la pesca fluvial, señor -respondió el segundo al
mando-.

-¿De la pesca fluvial? ¡Un momento! no tenemos tiempo para trivialidades...

-No veo qué tiene de trivial el llevarse el pan a la boca, pensé que usted que había sido pescador...

-Eh, eh, eh, mi padre.

-Bueno, pues su padre de usted. Con más razón debiera de conocer los problemas de...

-No cambies otra vez de tema, maldito haragán, y respóndeme, que a eso venimos -cortó el sargento, exhasperado-. ¿dónde está Zarc Bies?

-Aaaaaah, ¿con que era eso?, se fue a pescar esta mañana, bastante temprano, truchas, creo.

-Sabes que no hay truchas en el río, creo que ha quedado claro.

-Por eso se fue temprano... se dirigía a Laverne, sí, a la pesca de la trucha.

-¿Laverne? sí, es posible, recuerdo una vez que...

-Mi señor, es largo el viaje para llegar a Laverne.

-Cierto es. A ver, si se hubiera levantado a las cinco, sólo llevaría un par de horas pescando, eso habiendo contratado a los barqueros más capaces, cosa que se me antoja absurda, por todo lo dicho. Mientes -se dirigió nuevamente al tabernero, tras sus reflexiones-.

-¿Por qué habría de mentir en algo tan banal como el contrabando de truchas? -¡Para encubrir a un maldito asesino! No sois más que una panda de maleantes. -Está calumniando el buen nombre de este techo, creo que no merecemos ese trato.

-¿Buen nombre? Buen nombre, ¡ja! No creo yo que este sitio haya sido jamás un negocio honrado. -¿Por qué decís eso? Esta posada la construyó mi abuelo con sus propias...

-Todo el mundo conoce la historia, Tom, tu anuelo levantó esta casa de ratas como madriguera para sus trapicheos. Y déjate ya de tonterías, que aquí las preguntas las hago yo. A ver -se tranquilizó, aparentemente- Zarc Bies se hospeda aquí; ¿qué hizo la noche anterior a eso de las doce?

-Señor -dijo uno de los parroquianos, dirigiéndose al sargento-, el pobre moreno estuvo toda la santa noche jugando a las cartas, jugó mucho y mal, tengo aquí sus botas para demostrarlo -pisoteó ruidosamente-.

-¿Y quién me dice que estuviste tú aquí con él? -replicó notablemente molesto.

-Señor sargento -inquirió un segundo-, señor; yo también participé en la timba.

-La misma mierda con el mismo collar. ¿Hay algiuen aquí que no jugara a las cartas con el Drune anoche? -preguntó, dirigiéndose a la parroquia. Los tres bebedores levantaron la mano con timidez.

-Señor, Puede preguntarle al alguacil Abbot, que también estuvo aquí anoche.

-Da igual, déjalo.

     Los parroquianos volvieron a sus quehaceres, excepto uno, que se quedó en la barra.

-Sargento -un miliciano se adelantó-, no podemos dejarlo así, tenemos al sospechoso al alcance de la mano.

-¿Y qué propones? -preguntó el susodicho con hastío. El miliciano se calló y volvió a la fila, aparentemente frustrado.

-Por cierto, Tom, andábamos buscando a un tal Rorcester de Icquor, desde hace un par de semanas, ¿qué puedes decirme de él? Tengo entendido que es del gremio.

-Tiene un piso franco cerca del puerto, calle de las herrerías, número sesenta y dos, sobre el negocio de Ian Blacksmith; suele estar por las mañanas ya que por la tarde sale a "atender sus negocios".

-El Sargento enarcó una ceja, a lo que el tabernero respondió con una sonrisa socarrona

-Dejó de pagar las tasas el mes pasado, siento no haber podido ser de mayor ayuda- añadió.
     El rezagado comenzó a reír a mandíbula batiente, y el mesonero finjió una tos para simular la risa, que no pudo aguantar.

-Gracias por la información; el lunes tendrás a uno de mis hombres con lo de la puerta, Tom.

-Siempre es un placer colaborar con la milicia.

     Cuando los hombres de armas salieron de la posada, un coro de voces y risas jaleó a "El bueno de Tom".

miércoles

Dulce agonía

Rebuscando material que reciclar, encontré este escrito por casualidad, me parece aceptable, así que aquí lo dejo, para uso y disfrute de quien guste.
Un saludo.
La vida se fue de las manos en cuanto aquellas garras acariciaron el interior de sus yermos dedos... -¿acaso es lícito este fin?-, pensó el afortunado moribundo, tan inconsciente de lo que en breve acontecería como del tiempo que había más allá de la ventana; incapaz de sentir más que a sí mismo, percibió el abrazo de la muerte como se siente el calor de un hogar, después de una travesía bajo la nieve. -¿Acaso merezco morir así?-, repitió desesperadamente, alzando una imaginaria voz que sabía, nadie oiría, pues fue callada hace mucho. No comprendía lo que aquello significaba, no entendía lo que aquello conllevaba, no podía sentir más que miedo, ante la presencia de aquel abrazo embozado... hasta que llegó la calma. El cerebro aguantó, apagada la conciencia, hasta que el resto de su cuerpo murío, lentamente, órgano tras órgano, como un pomposo proceso de desmantelamiento preparado ya de antemano. Pese a todo, una palabra surcó el aire de la habitación -perdón-, dijeron aquellos labios, tras tantos meses de silencio. -Te perdono-, se escuchó, seguido de un sollozo; -Te perdono- pudo oírse una y otra vez, nunca con la misma voz, y aquel cadáver en vida sonrió levemente...Curioso es que, para una persona alejada tanto tiempo de la vida, la muerte significara acercarse tanto a ella, como para poder vivirla, un último instante. Aquella máquina dejó de sonar. -Ha fallecido-, dijo una voz. La calma dejó paso al dolor, y el dolor al descanso: por fín descansaría .