domingo

Rosa Rubicundior

Nunca he conocido a ninguna persona así; nunca he vislumbrado tal virtud, nunca, en mi vida, llana y fácil, nunca he sentido nada parecido. Frío es el hielo que se siente y blanca la nieve que ves. Dejé la curiosidad ya tiempo, al mirar, pues no me interesa saber nada más que aquello que he visto, aquello que me sea brindado. Veo, sin embargo que, revestido, lacerado el orgullo, se esconde tras la cascada. Corta y breve, la luz, por sí misma es vedada, bruscamente. No hay más misterio que el misterio en sí. No hay más miedo que el miedo en sí. No hay más libertad que la libertad , elegir; libertad, deseo que anhela; libertad, elegir, caminar su camino, elegir su senda. No hay más dañino que el daño en sí; no hay nada peor, que no tener nada que temer. No hay más macula, que la falta de temor, por aquello que otros temen, sin más, no hay valor que dé, a aquello que ha de ser.  No hay peor miedo que el miedo a temer. Temor, al daño que uno mismo pueda hacerse, sólo por temer. Turbia mirada, no es sino, daño, que me obstaculiza, que empaña, que aleja, que hiere; al que temo... 
Dancing on the path and singing, now you got away..."(Sonata Arctica)
 
     Apenas sí ve un rayo de luz, se levanta, tararea, se arregla. Viste de colores alegres, una camiseta y unos vaqueros, pese a que casi todo su armario se llena de sombríos tonos. No enciende la luz, le gusta la oscuridad; prefiere arriesgarse a resbalar con la ropa que puebla el suelo. Ropa, del día anterior, que le acompaña hasta que sale de la habitación, con los zapatos en la mano; se los coloca al traspasar el umbral. Se dirige a la cocina, a preparar el desayuno. Suele cocinar más de lo que se gasta, cosa que adjudica a la costumbre. Abre la nevera, todo está fuera de su sitio: cervezas con los yogures, embutidos al lado de la fruta, verduras por todos los estantes. lo único que permanece en su sitio, los huevos. -De no ser por la huevera...-, piensa, divertida. Rebusca entre lo que hay, nadie podría imaginar que la compra fue ordenada la noche anterior; "ordenada" según un patrón que todavía no ha logrado entender; todo lo que le es extraño en la casa sigue un patrón similar. Descontenta con lo que ve (quizá por no encontrar el chocolate instantáneo), decide lo más simple, café y tostadas. Saca el pan de molde, sorprendida, pues detrás de él se escondían el queso y la mermelada. Oye el ruido del agua al correr, sabe que tiene tiempo de sobra, por lo menos le faltan diez minutos. Oye música, tararea. Como no encuentra la tostadora, busca la sartén, la plancha, algo. La encuentra en un armario, junto al aceite. Enciende el fogón y tuesta tres rebanadas, poco aceite y un poco de sal. Prepara el café, negro como el tizón. No entiende el por qué, pero tiene un nudo en la garganta. Hace días que le cuesta hablar, solloza. Una lágrima resbala por su cara, hacía tiempo que no lloraba. De repente, unos brazos rodean su cintura; intenta dejar de llorar.
-Lo siento-, susurra ahogadamente. Los brazos ascienden hasta que le alzan los pechos. - Imbécil- dice de manera entrecortada.
-"¿Ves? te has reído, si muestras confianza..."
-No piensas parar hasta que te odie.
-Eso no es una pregunta.
     Se gira, y le mira fijamente. Los ojos se mantienen impertérritos, a un tiempo que se acerca, lentamente. Levanta la cara para robarle un beso, pero rápido se aleja. Ella se gira de nuevo, aparentemente ofendida -Estúpido-, masculla, casi riendo, casi llorando.
     Aún rodeada, sonríe, pensando en lo que le queda por aguantar. Sigue llorando, sonriendo.