Bien, bien, bien… El trauma dio paso al olvido, el olvido al capricho… El olvido te hace tropezar tantas veces con la misma piedra… Niño, ¿no sabes lo que es cuidar de un animal sin animarlo a la autolisis? Pues sigue delante de la pantalla y no muevas un músculo (ains, si tuviera a una negra al lado con una ampolla de suero oftálmico en la mano iba a estar yo perdiendo mi valiosísimo tiempo parpadeando inútilmente…). Por supuesto esto no pudo ser, el niño tuvo que levantarse, aunque sólo fuese para satisfacer sus necesidades básicas (que sí, que en aquella época era algo así como un tamagotchi con sofá, vamos) y pensó… sí, pensó.
Así es como llegamos de nuevo a la idea de convertirse en el dueño de un ser vivo… Pero… ¿es realmente posible esto? ¿Somos dueños a caso de nuestras vidas? ¿No es más probable que seamos nosotros los controlados por otro ente superior? ¿Nos referimos a los medios? ¿A la sociedad? ¿Al rey? ¿A la red? ¿A los bancos? ¿A Samael? ¿A sonic desde su tumba pixelada…? ¿Me ha consumido el “Zeitgeist”? ¿O, por el contrario, he consumido yo algo? Para dar respuesta a tan enigmáticas preguntas hazte un blog conspiranoide.
“Papa, quiero una tortuga” Esas fueron las palabras que dieron paso al principio del fin (imagino que ya te haces una idea de la serie que desplazó de la parrilla televisiva a la de “Kenshin”, ¿no?). A la búsqueda de la tortuga pues…
Era época de frio, por lo que nada más salir a la calle nos refugiamos en un angosto callejón que atravesaba un edificio cercano de un lado a otro (sí, lo atravesaba). Un callejón de mala muerte. De mala muerte sí, pero calentito también, oiga. Y no te lo digo por la temperatura ambiente, que también, sino porque era el típico lugar donde un hombre descubría que se puede subir al ático sin ascensor. Mujeres que debían ser muy pobres, pues yo no concebía que en pleno invierno pudiera vestir uno con minifalda, pero bueno...
Ajá, take on me, hasta el momento todo normal. Un padre y su hijo buscando tortugas (¿vendrán con katanas incluidas?) en un callejón lleno de mujeres y mierda (la cual, como buena mierda que era, también hacía su pequeña y pestilente aportación al calor ambiental). Al acercarme a una de sus churretosas paredes llegó a mi un olor familiar que más tarde asociaría a la habitación de mis padres en una de esas mañanas en las que madrugaba para ir a mear su aseo…Hmmm…
Unos metros más allá nos recibieron las cristaleras de la tienda, que habían decidido no desentonar con el color predominante de la escena, dando cobijo a un sin fin de especies todavía sin clasificar. ¿La tienda? No estaba mal (para un reportaje de Callejeros). Unos cuantos animalillos por aquí y por allá buceando en sustancias de colores que jamás había visto antes y comida, comida con destino a la estación infarto de miocardio (me pregunto si la Liga del Mal se había aliado ya con la Gran Liga de Cardiólogos del mundo para crear tan terrible establecimiento). Mi padre me prohibió comprar la ambrosía que alli se vendía por 5 duros, porque tenía miedo de que ello implicase comer de aquello que pasaba por las manos (llámale manos, llámale pezuñas de la oscuridad) del orco al mando del cubil.
Tras nuestro particular descenso a los infiernos (muy similares al sobaco de un retostaico grillo en pleno verano sevillano), mi madre nos recibió en la puerta de casa con cara de preocupación. Vi cómo miraba a mi padre, un reproche silencioso y lleno de hastío, pues ella era la encargada de ocultar las pruebas. Cuidado, no vaya a ser que Grison se pase por casa y empiece a atar cabos… Ella sabía que el número de víctimas del sociópata de su hijo aumentaría gracias a los recién llegados.
De una forma u otra, dejó que me ocupase yo de todo. Ella continuó con su hobby del momento, el jodido ganchillo. ¿Que qué tiene de malo que alguien haga ganchillo? Nada, mientras la persona no vaya dejando por ahí perdidas estratégicamente las enormes agujas esas. Fue una época de gran estrés, uno vivía acojonado, preocupado por si, al sentarse en el sofá, acababa con el bazo extirpado. Mi hermana ya se llevó un susto con ellas, por un momento pensó que de haberse hecho la prueba del pañuelo no la hubiera superado. Tal era la magnitud de esos arpones.
Eeeemmm… A lo que vamos. Lo que me cobraron por los tres era un precio bastante razonable, adecuado al tiempo que iban a permanecer conmigo (¿gratis dices? Jo jo jo). Ok, aquí empezaba mi vida con esos galápagos. Lo primero los nombres, claro. Como por aquel entonces era tan hortera como ahora la cosa acabó con un enclenque Mijatovic, un estúpido Zamorano y una intrépida Lucy (algo así como la Lara Croft de los reptiles).
Estaba solo a la hora de cuidarles, ya que el amigo que me ayudó con los gorriones dijo que no quería participar esta vez. No lo entendía, con lo amante de los animales que era él… Daba igual, que se joda, podría mantenerles con vida…
“¡No les des pizza…!” Vale, no había empezado con buen pie, pero en cuanto averiguase de qué se nutrían…
Vivian en un cubo de unos 30 cm de diámetro (qué bien quedan los datos que surgen de la nada), con una islita en el centro y unas escaleritas que daban a una preciosa y realista palmerita... Muy ito y cuco ello. Nada podría perturbar el buenrollismo que había entre nosotros. Si hubiésemos sido compañeros de clase estoy seguro de que me hubieran pasado sus apuntes y exámenes.
Un día decidí reírme de la gravedad. Ni qué decir que quien rie el último… El niño, ahora aprendiz de malabarista, jugó así con sus mascotas durante días. Zamorano cayó al suelo en lo que a mi se me hizo el Tiempo bala más logrado de la historia. Las baldosas abrazaron el caparazón del diminuto animal (caparazón con una calidad a la altura del precio, como no). La oscuridad invadió la habitación, exigía un sacrificio, oía voces en mi cabeza, Lucy chillaba histérica, Mijatovic intentaba serenarla subiéndose encima… Que la maldición había regresado, vamos. Y punto.
Soy incapaz de recordar cómo murió Mijatovic. Si no me equivoco fue mi padre quien me dijo que había muerto y se lo había llevado. A saber…
Lucy… Lucy… pobre Lucy… Te juro que fue la primera vez, y la única si obviamos a Seymour (sí, hombre, el perro de Fry), que vi morir a un animal de pura pena. Lucy era una señora galápago, sabía amoldarse a cualquier situación, sin embargo, ni ella pudo aceptar el hecho de que sus dos amigos la habían dejado sola… Las pastillas de calcio en forma de tortuga no hicieron que mejorase la tía… Seguro que no me guarda rencor. Ni Manuelita ni hostias, tú eres auténtica, Lucy.
En fin, despidamos a estas tres criaturas de la Diosa como se merecen:
[Carraspeo included]
De la tienda a la peor de las guaridas,
ese fue el viaje que sentenció vuestras vidas.
Os aguardaba un cruel destino,
que, la verdad, me importó un pepino.
Mas ahora temo a la ley del Talión:
Ojo por ojo,
caparazón por ¿armazón?
Del karma soy un antojo.
Por ello aguardo la venganza de vuestros vástagos,
pero recordad, mis queridos galápagos,
que ante un niño medio bizco,
un día fuisteis estrellas de circo.
PD: Aún guardo la palmerita.
Dios, lo que m he podido reir con l frase del ganchillo...
ResponderEliminarPD: Tenías que ser tú xD